Annie Mr. E

El Museo del Misterio era un sitio donde se coleccionaba todo tipo de antigüedades de supuesto carácter paranormal. Ese era el primer día del nuevo vigilante, quien solo un mes antes había empezado como un conserje, pero fue promovido luego que el antigüo guardia fuera encontrado en la mañana sufriendo una crisis de nervios… Claro que, eso no implicó que le subieran el sueldo.

Todos los empleados que han renunciado han dado el mismo motivo: la muñeca de porcelana que exhiben estaba maldita, se movía a mitad de la noche. Aunque el chico no cree esto, incluso haciéndole cómicas morisquetas a la estatua.

Para pasar el rato, el guardia se puso a ver una porno en su teléfono, disfrutando de cómo una chica disfrazada de demonio era penetrada por un cura. De pronto, un ruido interrumpe esto, cuando va a mirar nota que el maniquí no estaba y una sombra merodeaba el sitio.

¡El maniquí se movía! Gritando por el alma del guardia, se lanza a atacarlo, aunque este reacciona, golpeándola con su escoba. La chica ahora empieza a huir, montándose sobre una gárgola para salvarse. En ese momento es que el guardia se da cuenta que ella no era un ladrón, si no el maniquí maldito que todos temían.

Aún así, el guardia parece poco impresionado, pues después de limpiar el asqueroso baño del museo con las manos, nada podría hacerlo. De hecho, se muestra bastante amable con el maniquí, incluso presentándose por su nombre, “Pete”, y preguntándole por su historia.

Ella no era un fantasma, ni mucho menos, su nombre era Annie, un demonio astral que un día fue convocada por una secta, arrastrada a ese cuerpo de maniquí. Por alguna razón, esos sacerdotes terminaron vendiéndola al museo, y ahora asusta a los nuevos reclutas como único entretenimiento.

Al oír esto, el guardia la lleva a la sala de proyección para que vean películas juntos. Annie está fascinada por esta nueva experiencia, aunque en la parte de terror, no puede evitar saltar sobre el regazo de Pete.

El hombre se queda quieto, pero es inevitable que tenga una notable erección que, obviamente, la maniquí nota. Aunque ella no se aleja, sino que se pone mucho más cómoda, poniéndo su culo directamente contra su polla, logrando que ambos tengan una cálida sensación que los satisfaga.

El tiempo había pasado, cada vez menos gente venía al museo, y a Pete seguían asignándole más posiciones de trabajo para cumplir sin subirle el sueldo. Pero tener en las noches la compañía de Annie, hacía que todo valiera la pena para él.

Cada noche, ambos se escabullen para ver películas, y Annie se sentará sobre él, moviéndose ocasionalmente por la emoción, dándole un cierto placer al guardia. No obstante, cuando vieron Chuckie, la maniquí se ofendió mucho por la muerte de la muñeca.

Annie acusó a Pete de mandarle una indirecta, mostrándose a punto de llorar porque su único amigo la traicionará. Nervioso, Pete intenta excusarse, casi confesando sus sentimientos por ella, aunque Annie solo se burla, pues en su culo tenía la máxima prueba de su aprecio por ella.

En ese momento, ella le revela que era un súcubo, no un demonio que succionaba cubos, sino uno que incitaba la excitación en los humanos. Para mostrarle esto, ella lo besa de forma cariñosa. Un intercambio que se fue profundizando, metiendo lengua, e intercambiando saliva.

A pesar de ser una maniquí, el cuerpo de Annie se sentía cálido y suave como el de una humana. Pete quería seguir explorándola y le fue despojando de sus ropas, exponiendo dos pequeños pero redondos pechos rosas. Estaba fascinado por la vista, y rápidamente acercó su cabeza a su intimidad, saboreando el coño de la maniquí.

Annie empuja la cabeza de Pete sobre ella, gimiendo con placer mientras sentía como metía su lengua dentro. Para continuar, el hombre se desnudo para que sea ella la que le haga un oral, lo que Annie realizaba mientras tocaba sus propios pechos.

Al borde del clímax, Pete la detiene para poder sentir su interior antes de acabar. Poco a poco, el guardia va penetrándola, aumentando rápidamente el ritmo al oír los gemidos de placer de la chica. Aunque ella tenía problemas para adaptarse, pues aunque era una súcubo, nunca le dijo a nadie que era virgen.

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