De cuerpo gordo verde y gigante, la señora Willowind cabalgaba como una campeona sexual la polla de su amante rubio, sintiendo un placer que nunca creyó posible ante cada nueva penetración.

Herald se sentía de la misma forma, besando a la alienígena de piel verde, al mismo tiempo que la iba empujando, para ser ahora él quien estuviera sobre ella. Como si no fuera nada, el rubio levanta sus piernas mientras predica su amor por ella, entierra en mayor profundidad su polla erecta hasta que finalmente termina llenando su vagina con su leche caliente.

Cuando vuelve en sí mismo, Herald se disculpa con ella por perder el control, más ella solo lo besa, diciendo lo mucho que le gusto y lo amaba. Un sentimiento que el guerrero con cicatrices corresponde con la misma intensidad, uniéndose ambos en un cálido beso.

Tal es el desborde de sus sentimientos que el está por pedirle matrimonio, pero ella se avergüenza y empuja su cara sobre sus grandes senos. El hombre entiende esto, pero la situación vuelve a excitarlo para seguirla follando su vagina hasta venirse una segunda vez.

La gran vagina verde de la señora Willowind estaba inundada con el semen del rubio, corriendo por sus piernas su líquido. Aún así, no se detenía en sus salvajes penetraciones. Él vuelve a hablar y, una segunda vez, vuelve a pedirle matrimonio a su amante. A lo que ella, esta vez, acepta, declarándose como suya.

De pronto, la señora Willowind despierta en su cama. Estaba triste porque pensaba que todo lo que vivió era un sueño, pues no creía posible que el galán se fijaría alguna vez en ella. Resignada, vuelve a acomodarse en su cama para dormirse, totalmente sola.

En ese momento, se da cuenta que no estaba en su habitación, y al lado de él no estaba otro que Herald, semidesnudo.