Incluso con su voto sagrado, las monjas eran seres sexuales, y nuestra querida monjita tenía grandes senos y una vagina hambrienta que exige ser complacida. Ella se presenta con el Padre para curar su problema, y lo que hace es sacar su gran polla para hacerle una profunda mamada.

Con sus enormes senos, aplasta la polla del Padre para complacerlo hasta que se termina corriendo en su cara. La monja todavía estaba caliente, así que se pone de espaldas para el Padre, quien ya no duda y entierra su gran erección profundo en su vagina húmeda mientras la jala de su cornette sin quitarselo.

Ambos religiosos siguen cogiendo salvajemente, hasta que el Padre la voltea para seguir penetrándola de frente, y luego hace que ella misma lo cabalgue mientras apretaba sus senos. La monja estaba encantada con esa incuestionable sensación de placer, y recibe gustosa la carga caliente de su cura en su vagina.

Los dos estaban complaciendo, y con el semén corriendo por sus piernas, la monja tenía claro que no sería la última vez que los dos tendrían una sesión de sexo caliente.